De la rutina insípida de su
oficina, salía presurosa. No iba a aguantar más. Miradas insidiosas, palabras
inoportunas, roces perversos. Se terminó. Llamó un taxi y se dirigió a la
comisaría de la policía más cercana. Con un intenso suspiro, inició el relato
de la odisea que diariamente sufría en su oficina por parte de su superior.
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